Etnografia de Atiquizaya.
Publicado: 2025-10-15 01:14:25
autor Miguel Ángel Ibarra en su novela Cafetos en Flor.
Etnografía del Pueblo de Atiquizaya. En el río se veían aquellas morenas esbeltas y fuertes, desnuditas por completo.
A este poblado de indígenas
le nombraron Atiquizaya,
que en su lengua nativa
quiere decir: 'Tierra florida,
fértil, de mucha agua'.
Allá en tiempos del ex-presidente General Cabañas, se introdujo al país la codiciada pepita del café, que ha llegado a elevar a nuestro país a ser el segundo exportador en América. Por esos tiempos, emigró de Nicaragua un señor llamado don Antonio Ibarra, que por causas políticas se vio obligado a salir de su patria. Era un señor terrateniente y se trasladó con su familia a esta República y se trajo algunos trabajadores, pues en esa época los nativos eran tratados como esclavos. Vinieron a radicar en Atiquizaya, donde tomó unas concesiones de tierra y fundó la hacienda de San Antonio, que existió donde está hoy el parque de la ciudad; éste fue el origen de los Ibarra en este pueblo.
Nuestro terruño tiene gente muy humana, sincera, alegre y franca; sus fiestas son muy pintorescas. En el mes de diciembre, por las noches, celebran los famosos "bodegones". A cada barrio le va tocando su fiesta colectiva de Pascua y las barriadas procuran celebrarla lo mejor posible; pastorelas, historiantes que hacen remembranzas de las cruzadas de moros y cristianos. Son alegres estas fiestas típicas; las mujeres trabajan en sus quehaceres domésticos y en la agricultura, a la par de sus maridos y familiares.
En los campos se ven con sus espaldas brillando al sol, cual charol; las mujeres viajan solas por donde quiere y no le temen a nada. Cuando les toca pelear, pelean como cualquier hombre; algunas veces hacen sus viajes por los campos, van armadas y siempre se dicen:
- Ve, ten cuidado, babosa, no te vaya a salir el "Cuto Partideño"
- Mejor, Nita, así me da dinero y salgo de pobre.
Esto del Partideño es una leyenda que se cuenta entre la gente humilde. Era un bandido generoso, jefe de una banda que asaltaba y robaba en los caminos las cargar de dinero que le llevaban los Departamentos al gobierno; ese botín lo repartían entre la gente pobre, hacía grandes favores y en ciertas partes dicen que dejó dinero enterrado. Estas son fantasías populares. Y esta gente también, por señales cósmicas, adivina los cambios del tiempo. Cuando se levantan por la mañana y observan el firmamento, si está tachonado por nubes chicas, como empedrado, dicen que va a temblar… y tiembla. Cuando el cerro de Chingo amanece con un Cupido de blancas nubes, dicen: ahora en la tarde va a hacer ventarrón y así es: lo hay. Cuando los ríos, al amanecer, se ven como si de ellos se levantan nubes blancas, dicen: ahora llueve, y todas estas predicciones les salen tan ciertas, que muy rara vez se equivocan. También conocen la botánica, pues el monte que los rodea es su farmacia con la que se curan sus enfermedades. Después de sus trabajos, acostumbran a hacer comentarios de lo que pasa en el país y en el extranjero.
Esta gente es la madera afro-americana que surgió del inhumano comercio que hacían los bandidos traficantes de esclavos, transportando nativos de África a nuestro continente.
Atiquizaya, Granero de Occidente
Atiquizaya es un pueblo agrícola de tierras muy fértiles y fecundas, se cosecha en ellas todo lo que se siembre. Abundan las frutas, legumbres, cereales, café, caucho. Éste último, si lo cultivaran a gran escala, sería un filón de riqueza. Si cultivaran el añil, el algodón y el limón cuyo jugo es de tanta importancia actualmente en todos los laboratorios de México y Norte América, serían nuevas fuentes de riqueza para nuestro país.
Lamento profundamente que estas tierras estén acaparadas por latifundistas de Ahuachapán, o sea, mezcla de alemanes aventureros que se han comprado las señoritas de las familias ricas de este lugar, en sus giras por Europa. Se han visto casos en los cuales en estas familias, donde ha predominado la mezcla de estos europeos aventureros, tengan algún ancestro escapado de las prisiones de Cayena. Los originarios componentes de esas familias han desaparecido y sólo han quedado grupos de colonizadores nórdicos, que tienen metido hasta los huesos la cultura de los júnkers imperialistas alemanes. Muy claro se ve en las firmas que controlan los fideicomisos del café, en bancos. Por ejemplo: Vonderbeck, Borggiaglio, Sprengel, Smeet, Los Bendix, los Arangos, Nossiglas y otros más.
Todas estas familias son socias de los grandes monopolios que tienen absorbida la riqueza del occidente. Estos señores consideran a nuestro país como una colonia, en la cual se creen con amplios derechos de hacer y deshacer, debido a la tolerancia de los gobiernos que han pasado a través de nuestra historia. Ven al pobre trabajador peor que a un animal, porque en sus perros finos y caballos pura sangre, se esmeran con cuidados y delicadezas.
Cuando nuestros campesinos quieren cultivar algunos dos medios de tierra, se las dan arrendada. Hay que saber que el medio se compone de diez tareas, y estas de diez brazadas en cuadro; y el campesino, al recibir la cosecha de su cultivo, da tres fanegas de maíz de censo. La fanega se compone de dos redes grandes, que tienen un cupo de quinientas mazorcas de las más floridas. Entonces, el pobre campesino, da tres mil de las mejores mazorcas de su cosecha, que le ha costado inmensos sacrificios, y él se queda con el resto del maíz más degenerado, el vulgarmente conocido como "Mulquite", de donde a duras penas le sale la semilla que gastó en su cultivo.
Allá por el mes de noviembre, en los patios de las haciendas, se forman grandes cerros de maíz que van a los graneros del amo. Él, muy orgulloso, se levanta por las mañanas, estirando su largo pescuezo a través de las grandes extensiones de terreno, extensiones usurpadas a nuestros humildes y miserables campesinos.
A esta pobre gente la obligan a trabajar en los cultivos de la hacienda; para poderle dar un trecho de tierra, recibe inmensas tareas de quince brazadas en cuadro, para ganar miserables 50, 30, y 25 centavos. Empieza su labor a las 5 de la mañana y la termina a las dos y cinco de la tarde.
Le dan un famoso desayuno, compuesto de dos chengas (tortillas), que llevan encima un puñado de frijoles rellenos de basuras y gorgojos, chorreándoles el mugroso caldo por el codo. Y para ser merecedor de esta miserable ración, tienen que llevar un fuerte tercio de leña maciza al patio de la hacienda, en donde recibe una ficha sucia que hay que entregar al mayordomo, que se encuentra con una cara de vinagre.
A los campesinos de Atiquizaya y nuestro país en general, los han convertido en unas acémilas; viven en una miseria que ha sido para ellos eterna, porque ningún gobernante de la nación se ha preocupado por mejorar las condiciones de vida de ese gran pueblo laborioso. Y algunos presidentes que han surgido algo democráticos, la pandilla canalla los ha asesinado, como sucedió con el ex Presidente democrático, el Dr. Manuel Enrique Araujo, por hacer algunas reformas. Unas de ellas fueron la creación de la Junta de Conciliación y la Ley del Trabajo de 1911, y así llegó la nefasta y criminal oligarquía de los Meléndez, Quiñones, Molina, a poner en la presidencia al ilustre Dr. Pío Romero Bosques. Creyeron que él sería su instrumento, y se equivocaron. Este hombre dio altas libertades democráticas, aún con errores que para el futuro de nuestro país, resultaron serios. Los intelectuales tuvieron responsabilidad, pues cegados por el chambismo, no quisieron ver el atolladero en que quedó nuestro pueblo, sumido en la sanguinaria y criminal dictadura de los sabuesos del cepillo Maximiliano Hernández Martínez. Esto fue por aceptar al hombre de cabeza "DE SUMZA", Arturo Araujo, que sólo servía para obedecer órdenes de los altos prelados fieles al Vaticano y a los 'trust' de azúcar del London Bank.
El que Atiquiz-busca… Atiquiz-aya
Este dicho se oye de cuando en cuando en muchas gentes. Parece mentira, pero es una verdad. Cuando se trata de alguien de Atiquizaya por bien, se encuentra a una notable persona, y cuando se le trata a la mala, se encuentran ahí pantalones.
Cuando se ha nombrado a un jefe local para gobernar a este pueblo, y éste ha llegado abusando de su poder, amparado de su jerarquía militar, para oprimir a la gente, le pasa una de tres cosas: o sale huyendo del pueblo, o va al hospital, o lo siembran en el cementerio para ver si puede retoñar. Cuando jefes de este tipo han sido desalojados, y huyen del pueblo, se oyen por todas partes toques de campanas y petardos de alegría, que indican que han sacado a un verdugo.
A esta gente la aprecio mucho por su franqueza, su sinceridad y su temple; si no, podemos juzgarla por sus refranes populares, que emanan de sus adentros. Cuando alguien los provoca al pleito, ellos, en presta acción, dicen: - "A mí no me anden con tantos brincos estando el suelo tan parejito"; y aquí todo se acolora. También dicen: --"Conmigo no andas en tres tuzas (hojas de maíz), hijo de Monseñor Rota". –Y, "Aquí no hay más arroz y gallo. Quién dijo miedo, habiendo hospital". Este pueblo tiene una gente muy pintoresca.
Cuando una pareja de novios se va a casar, la novia le dice a su prometido: --"Me voy a casar contigo, pero me dejas trabajar, porque yo no quiero ser tu limosnera para vivir de tu ración". Y si alguna amiga le dice: - "Si te casas vas a tener hartos monos", ella contesta: -- "De eso no hay pena, no es mujer la que no pare".
Los campesinos, cuando tienen querellas entre ellos, se disputan frente a frente y cara a cara; ya con machete, puñal, pistola o con los puños. Estos nunca usan de la ruindad o de la alevosía para liquidar a un enemigo; y cuando alguien resulta cobarde y hace una agresión en contra de un indefenso, es odiado por todos y se han visto casos en que lo liquidan.
Una mañana vi a una señora barrer su calle. Pasa un viejo cerca de ella y le dice:
-- ¡Buenos días, comadre! Qué afanada está.
-- ¡Buenos días, compadrito! estoy barriendo la calle. No vaya a ser el diablo que pase una procesión.
Vi a un cura párroco, un día domingo de Pascua, disponiendo una procesión.
-- A ver, cuatro señoritas que tomen el anda de la Virgen.
Las que estaban reunidas, al oír esto, se vieron las caras y se decían unas a otras:
- Ud.
- No.
- Ud.
- No.
Y cuando el viejo cura se dio cuenta, cambió de táctica y dijo:
-- A ver, cuatro mujeres para que lleven a la Virgen.
Ahí se amontonaron todas.
-- Yo, yo, yo, yo. Riéndose unas con otras por la tomada de pelo que les había dado el vejete.
Vi a Don Bonifacio hacer un San Sebastián de dos metros y que al cambiarlo de túnica y de insignias, lo hacían pasar por San Caralmpio. Este santo era un andarín internacional. Lo llevaban a un pueblecito de San Lorenzo, con cohetes, música, flores, atravesando la frontera de Guatemala, a unas casas que quedaban al filo de un cerro que le decían "El Chan".
Allí expendían aguardiente, comiteco, manzanilla, coyolito, ollita, y jerez, y le quitaban un tapón de rosca que tenía en la coronilla San Sebastián, y le llenaban desde los pies a la cabeza de licor. Emprendían el regreso. Esto era un gran negocio que hacían, porque en Guatemala, compraban a 50 centavos el litro y en El Salvador lo daban a 2 pesos. Y es más preferido éste, porque los guatemaltecos son buenos consumidores, tienen buen gusto para elaborarlo.
Muchas veces pasaban al frente de soldados que perseguían a los contrabandistas y el jefe se descubría y hasta daba una limosna, que presentaban en un plato. Y un cabo dijo – Mi capitán, estas gentes que andan con el Santo de arriba abajo y no se cansan de andar en estos bailes. El capitán contestó, distrayéndose por otros lados – Es una gente loca, fanática, que no tiene que hacer. Y San Sebastián se ocultó en las curvas del camino, para volver entre ocho días, transformado ya en San Caralampio.
Una vez observé una acción de mi amigo Rafael Bejiga. Fuimos a una iglesia de curiosos, y en el interior Rafael se fijó en un manto de crespón de seda que vestía San Pablo. Se acercó suavemente y me dijo:
- ¡Mira qué macanuda está para una mi camiseta! Nunca he tenido de esa tela tan relumbrosa.
- Es de seda –le dije. Es cara.
Me fui por allí a observar las leyendas de unos retablos todos pintarrajeados. Lo busqué, pero ya no lo encontré y decidí marcharme, encontrándolo afuera del atrio y observé que una bolsa del pantalón la tenía hinchada.
- ¿Y eso qué? le pregunté.
- ¿Qué te importa? ¡Déjame!
No le dije más. Nos separamos ya cada quien a su casa.
A los seis días después nos juntamos en el campo de futbol, y que entre veces no nos permitían tirar la bola porque teníamos unas uñas filosas y las rompíamos, Rafael llegó con una camiseta rosada y relumbrosa, como una sardina. Me acerqué y muy quedo le dije:
- Rafa, ¡qué barbaridad lo que hiciste!
Y él me contestó enfurecido:
- Qué te importa, hombre. Cállate el hocico. Esos santos para qué quieren vestidos, ni mantos, no oyen, ni sienten y yo sí siento frío y necesito cubrirme y soy gente que debo vestirme. (Me quedé atónito ante Rafael, que siendo tan zipote y analfabeta, me hubiera dado esa contestación, que en realidad era justa y que para mí, no fue tan 'vejiga' como lo creíamos).
Costumbres criollas del pasado
Allá por el año de 1908 estas gentes vivían felices en este país. Se debía a que en esa época había mucha tierra nacional, y los trabajadores hacían grandes cultivos, pagando una pequeña cuota al Municipio. Ellos recolectaban hermosas cosechas que beneficiaban a todo el pueblo. Lo que molestaba en esa época, y ha molestado siempre, son esas malditas guerras que se inventan esos estúpidos gobiernos.
Por esos tiempos, estas gentes hacían sus fiestas colectivas. Me recuerda un día de San Juan, en que madrugaban en romerías a los ríos a darse el baño común. Llevaban guitarras, organillos, sambumbos y el Teponahuaste. La comitiva tiraba cohetes, bombas, y en una gritería y carcajadas estrepitosas, despertaban a los demás, invitándolos al baño, y el que no lo hace "lo caga el zope". Cantaban canciones populares. Unas decían: azunca muchá… agüijuyó… decían otras. Otras se repeleaban con ir al coquito y a garucho, nosotros nos fuimos para el célebre "Zunca", manantial cristalino de agua fresca. Se animaban con sabroso vino de jugo de caña
, que se lanzaban a las aguas frescas plateadas, donde la luna trotamundos, bañaba con su luz celeste y coqueteaba en las aguas de nuestros ríos tropicales. Nuestras amiguitas y amigos nadaban, hacían clavados desde una alta roca. Ellas se veían como una Venus iluminadas de plata.
Tío Yito, ancianito de noventa años, o sea, el hombre biblioteca andante y parlante, o el viejecito de los mis cuentos, sin saber leer, el 'bardo del pueblo', de repente se subió.
- Ya se subió Tayito – dijo una joven, y aplaudieron todas cuando el ancianito se paró en la roca, para imitarlas, --que nos recite una bomba antes que se tire al agua. El viejecito se paró firme ante ellas.
- Voy a recitar una para mi suegra Margot. Y prosiguió:
Ayer pasé por tu casa
y me tiraste un limón.
El limón cayó en el suelo
y el zumo en mi corazón.
- A mí, Tíoyito, dijo Genoveva, dígame una.
Diré una para todas y ya nomás, dijo el viejo.
- Échela, dijeron en coro.
El viejecito:
Desde muy lejos he venido
pasando ríos y puentes.
Sólo pa'venir a verles
tres pelitos en la frente.
Al oír esta última guasa, todas soltaron sonoras carcajadas y el viejito se echó a nadar con ellas; unas que estaban en la corriente se restregaban sus hermosas piernas con blancos paistes y parodiaban una canción que les acompañaba el susurro de las hojas de los gigantescos amates. La aurora en esos momentos, con sus tintes lujuriosos, cambiaba el colorido del paisaje, transformando lo nocturnal en matinal. Ellas con voces melodiosas canturrearon esta canción:
Alzó el vuelo la paloma,
dejándome solo el nido.
Y al solo pasar la loma
me entregaste al olvido.
Sí. Ya se fue la paloma.
Se fue a buscar la comida.
Y al otro lado de la loma
salió a buscarse la vida.
Pobrecita la paloma,
no puede encontrar marido.
Por tener uno, dos y tres,
todos la echan al olvido.
Al terminar la canción, una le dijo a la otra:
- Ya sabes, Herminia, que tu chipilín en flor anda de alegre con la hija de Nana Teria.
Aquella, sin ninguna pena, le dice:
- Déjalo que haga lo que le venga en gana, al fin no es jabón que se acaba.
Cuando oí el nombre de Nana Teria, pensé en la potencia física que tiene nuestra gente. Nana Teria era una anciana de ciento veinte años de edad. Unas veces de su vida fue vivandera de las guerras pasadas. Era morena, alta, encorvada apoyada en un bordón, salía por las calles con una gran canasta con pan, pregonando con grandes gritos, que se oían a largas distancias:
-- Las americanas… las ilusiones… las quesadillas… y los sabrosos birrinchis… (masa de maíz con queso, azúcar y anís.) Así iba Nana Teria por estas calles de 'Dios', vendiendo su sabroso pan. Para Nana Teria todos eran sus hijos, y para nosotros, ella era nuestra gran nana. Este pasado hermoso de nuestros pueblos ya no vuelve; hoy todo es miseria, toda la tierra se la usurparon todos los ricos. Una mezcla de avaros extranjeros y nacionales han dejado a nuestros campesinos sin tierra donde pueda hacer su cultivo, por eso nuestras gentes humildes han emigrado y se han esparcido en otros países.
Por Johalmo Cabrera
Etnografia de Atiquizaya.
Una lección para nunca olvidar.
Les presento una reseña de los orígenes, identidad, costumbres, creencias, tradicione, prácticas culturales y mitos del pueblo de Atiquizaya.
Es un legado del escritor atiquizayense Miguel Angel Ibarra, extracto de su novela "Cafetos en Flor" primer escritor salvadoreño autoreconocido afroamericano.
Esta Etnografia es la primera en su género, describe la vida y el origen africano de los pobladores de Atiquizaya a mediafos del siglo XVl.
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